Me ha parecido muy interesante el artículo aparecido hoy en The Guardian sobre el intento de normalizar la práctica del surfing en Fukushima ocho años después del desastre nuclear.
Hace 5 años un terremoto de magnitud 9,0 sacudió Japón, generando un tsunami que provocó el peor desastre nuclear desde Chernobyl. El seismo fue tan fuerte que provocó el desplazamiento de la isla principal de Japón, Honshu, más de dos metros hacia el este.
El nivel de yodo radioactivo en el agua de mar cercana a la accidentada central nuclear de Fukushima es 3.355 veces superior a la norma legal según leo en la prensa hoy.
Veo en la televisión a un japonés diciendo que el yodo 131 tiene una vida media de ocho días, por lo que para cuando pueda llegar a la gente ya estará considerablemente deteriorado. Que no hay que preocuparse, dice. Pues lo estoy.
Si yo estoy preocupado, y estoy a miles de kilómetros de allí, no se como estarán los que viven allí, que además de sufrir la tragedia de perder a familiares y amigos, de perder sus casas y sus pertenencias, también ven como el agua que les rodea está contaminada.
Que les pregunten a los habitantes del Atolón de las islas Bikini, en Micronesia, por ejemplo, cuales fueron los efectos de la radioactividad en el mar después las pruebas nucleares realizadas por los Estados Unidos.