La primera persona que surfeó Mavericks: Jeff Clark
En 1975 Jeff Clark ser convirtió en la primera persona en surfear Mavericks. En aquella época no había ni motos de agua, ni chalecos inflables, ni rescates, por lo que lanzarse solo a esa ola inexplorada era más que una aventura.
Ahora Clark conversa con la BBC para recordar esos momentos.
Tienes que coger esa ola y lograr bajar por toda su cara antes de que reviente y se vuelque por encima de ti. Nunca pensé en hacer algo semejante.
Comencé a observarla y a estudiarla hasta que llegó ese día en el que las condiciones eran perfectas. Era una balsa de aceite. Las olas aparecían en formación con un ritmo acompasado.
Cuando estás tú solo haciendo algo que está al filo de los límites asumes que tienes que ser muy cuidadoso, muy calculador. No intentas nada que no crees que podrás lograr el 99% de las veces. No te puedes permitir cometer un error en ese momento, por lo que eres paciente.
Comencé a remar hacia el mar y recuerdo que la corriente era muy fuerte porque la marea estaba a su máximo nivel. Tenía que bordear un arrecife y recuerdo luchar entre las olas. Finalmente pude llegar hasta el pico. Hay rocas a unos 475 metros de la playa que sobresalen levemente del agua. Después de esas rocas hay plataformas debajo del agua que tienen la forma de tu mano. Parecen como espaldas de cocodrilos en el suelo del océano, con la cola apuntando hacia el noroeste.
Cuando la ola comienza a sentir la cola del cocodrilo reduce su velocidad un poco. Al tiempo que se dirige hacia el arrecife en Mavericks, pierde profundidad y en el medio asoma la forma de una cuña. Esa cuña golpea de repente en una plataforma que está a sólo 4,5 metros de profundidad, es como si alguien se tropezara.
En el momento en el que llegó la ola, me di la vuelta y ya no había vuelta atrás, estaba totalmente decidido. Con la cabeza abajo comencé a remar lo más fuerte que puede, sólo buscaba descender, atemorizado, tratando de mantener la velocidad para dejar atrás a esa cosa. Y lo logré. Me escapé. No hay nada más satisfactorio que ver algo que estuviste observando por tantos años, estudiándolo y luego hacer lo que pensaste que podías hacer.
Pero nadie más estaba con ganas de hacerlo. Durante años estuve tratando de que la gente me escuchara y me acompañara allí. Pero nadie quiso hacerlo.
En 1990 conseguí que dos chicos de Santa Cruz se metieran en Mavericks conmigo, y volvieron a casa contándolo a todo el mundo. La siguiente vez que apareció la ola en Mavericks hubo 12 personas listas para surfearla, y a partir de entonces todo cambió.
Fue un poco desconcertante al principio. Pero al mismo tiempo que la gente venía y se iba, lo intentaban y fallaban, y lo volvían a intentar hasta conseguirlo, todo fue encontrando su lugar. La sensación era que nadie iba a sobreexplotar esta ola y quitarle la magia.
No me arrepentí de haberla compartido, porque siempre seguiría siendo Mavericks.
En diciembre de 1994 escuché que Mark Foo, Ken Bradshaw y Brock Little, instituciones del surf de la época, habían ido a surfear a Mavericks.
Entré primero al agua y luego ellos me alcanzaron en el pico. Había buenas olas y eran grandes, pero no gigantes y fuera de control. Nada del otro mundo, no más de siete o nueve metros.
Me acerqué a Mark y le dije, "Mark, ¿qué piensas?", y él me respondió, "nunca me imaginé que hubiera una ola tan buena". Simplemente fue estimulante escuchar eso.
Después, cuando me estaba cambiando en la playa, alguien me gritó desde el acantilado que había un grupo de chicos dirigiéndose hacia las rocas. Tomé los prismáticos y pareció que todos habían conseguido salir con éxito.
Me fui caminando hasta las oficinas del puerto y cuando llegué sonó la alarma. La patrulla del puerto había sacado el cuerpo de una persona y estaban tratando de resucitarle. Fue cuando me di cuenta que era Mark Foo.
Él había sido uno de los que habían sido arrastrados hacia las rocas, pero nunca pudo salir. Nadie lo notó.
Me dije que tenía que encontrar a Ken Bradshaw, quien había venido con Mark. Lo hice y le dije, "Ken, tienes que venir conmigo. Mark se ahogó". Me dijo que le llevara a donde estaba él. Fue un día muy triste.
Mark dijo: sabes, si quieres una experiencia total, hay que estar dispuesto a pagar el mayor de los precios. Desafortunadamente le costó la vida.
Me sentí responsable. Sabía que Mavericks era peligroso.
Dos días más tarde, el día de Navidad, cogí mi tabla, mi traje de neopreno y fui hasta la playa. No había nadie. Estuve allí un rato, poniendo mis pensamientos en orden y nadie apareció. Caminé hasta el final de la arena, me arrodillé y recé una oración. Hablé con mi creador sobre lo que había pasado y le pedí que me cuidara.
Justo antes de saltar al agua, escuché una bocina y gritos que venían desde el acantilado. Eran mis amigos, con los que había surfeado desde el instituto. Habían visto mi coche aparcado y se pararon. Me encontraron justo antes de que me metiera al agua y fue como, "¡sí!, genial".
Nadé mar adentro y me tomé un momento para pensar en Mark. Comencé a coger olas y la última la surfeé hasta la laguna. Eso fue para mí cerrar la herida. Aunque sigue siendo una tragedia.
De alguna forma todo cambió. Nadie había muerto por surfear olas grandes y justo cuando llegaron los mejores surfistas de Hawái a California uno muere.
La realidad es que surfear las olas gigantes es peligroso y que puedes morir. Tener tres barcos en el agua, motos de agua, un helicóptero y no llevar un registro de los surfistas que están en el pico... me quedé sorprendido.
Acabé empezando a patrullar las aguas de Mavericks, a entrenar a los surfistas en técnicas de rescate y en reanimación cardiopulmonar. Fue para cubrirnos, para cuidarnos entre nosotros.
La mala fama de Mavericks creo que lo hizo más famosa todavía. Para surfear y sobrevivir a Mavericks tenías que engañar a la muerte. No soy un gran fan de esa notoriedad, y la reputación que Mavericks te podía matar. Estaba más preocupado que seguir vivo y de que mis amigos siguieran vivos.
Han pasado 40 años desde que se surfeé Mavericks por primera vez. Y ver al flujo de personas que surfean sus olas, las carreras que han surgido de sus olas es algo asombroso.
Todavía disfruto entrando allí. Desearía hacerlo sin nadie un par de veces, pero sé que eso no pasará. Pero escojo los días en los que salgo a surfear.
Lo hice hace un par de semanas y todavía fue igual de extraordinario que la primera vez.
Ahora Clark conversa con la BBC para recordar esos momentos.
Tienes que coger esa ola y lograr bajar por toda su cara antes de que reviente y se vuelque por encima de ti. Nunca pensé en hacer algo semejante.
Comencé a observarla y a estudiarla hasta que llegó ese día en el que las condiciones eran perfectas. Era una balsa de aceite. Las olas aparecían en formación con un ritmo acompasado.
Cuando estás tú solo haciendo algo que está al filo de los límites asumes que tienes que ser muy cuidadoso, muy calculador. No intentas nada que no crees que podrás lograr el 99% de las veces. No te puedes permitir cometer un error en ese momento, por lo que eres paciente.
Comencé a remar hacia el mar y recuerdo que la corriente era muy fuerte porque la marea estaba a su máximo nivel. Tenía que bordear un arrecife y recuerdo luchar entre las olas. Finalmente pude llegar hasta el pico. Hay rocas a unos 475 metros de la playa que sobresalen levemente del agua. Después de esas rocas hay plataformas debajo del agua que tienen la forma de tu mano. Parecen como espaldas de cocodrilos en el suelo del océano, con la cola apuntando hacia el noroeste.
Cuando la ola comienza a sentir la cola del cocodrilo reduce su velocidad un poco. Al tiempo que se dirige hacia el arrecife en Mavericks, pierde profundidad y en el medio asoma la forma de una cuña. Esa cuña golpea de repente en una plataforma que está a sólo 4,5 metros de profundidad, es como si alguien se tropezara.
En el momento en el que llegó la ola, me di la vuelta y ya no había vuelta atrás, estaba totalmente decidido. Con la cabeza abajo comencé a remar lo más fuerte que puede, sólo buscaba descender, atemorizado, tratando de mantener la velocidad para dejar atrás a esa cosa. Y lo logré. Me escapé. No hay nada más satisfactorio que ver algo que estuviste observando por tantos años, estudiándolo y luego hacer lo que pensaste que podías hacer.
Pero nadie más estaba con ganas de hacerlo. Durante años estuve tratando de que la gente me escuchara y me acompañara allí. Pero nadie quiso hacerlo.
En 1990 conseguí que dos chicos de Santa Cruz se metieran en Mavericks conmigo, y volvieron a casa contándolo a todo el mundo. La siguiente vez que apareció la ola en Mavericks hubo 12 personas listas para surfearla, y a partir de entonces todo cambió.
Fue un poco desconcertante al principio. Pero al mismo tiempo que la gente venía y se iba, lo intentaban y fallaban, y lo volvían a intentar hasta conseguirlo, todo fue encontrando su lugar. La sensación era que nadie iba a sobreexplotar esta ola y quitarle la magia.
No me arrepentí de haberla compartido, porque siempre seguiría siendo Mavericks.
En diciembre de 1994 escuché que Mark Foo, Ken Bradshaw y Brock Little, instituciones del surf de la época, habían ido a surfear a Mavericks.
Entré primero al agua y luego ellos me alcanzaron en el pico. Había buenas olas y eran grandes, pero no gigantes y fuera de control. Nada del otro mundo, no más de siete o nueve metros.
Me acerqué a Mark y le dije, "Mark, ¿qué piensas?", y él me respondió, "nunca me imaginé que hubiera una ola tan buena". Simplemente fue estimulante escuchar eso.
Después, cuando me estaba cambiando en la playa, alguien me gritó desde el acantilado que había un grupo de chicos dirigiéndose hacia las rocas. Tomé los prismáticos y pareció que todos habían conseguido salir con éxito.
Me fui caminando hasta las oficinas del puerto y cuando llegué sonó la alarma. La patrulla del puerto había sacado el cuerpo de una persona y estaban tratando de resucitarle. Fue cuando me di cuenta que era Mark Foo.
Él había sido uno de los que habían sido arrastrados hacia las rocas, pero nunca pudo salir. Nadie lo notó.
Me dije que tenía que encontrar a Ken Bradshaw, quien había venido con Mark. Lo hice y le dije, "Ken, tienes que venir conmigo. Mark se ahogó". Me dijo que le llevara a donde estaba él. Fue un día muy triste.
Mark dijo: sabes, si quieres una experiencia total, hay que estar dispuesto a pagar el mayor de los precios. Desafortunadamente le costó la vida.
Me sentí responsable. Sabía que Mavericks era peligroso.
Dos días más tarde, el día de Navidad, cogí mi tabla, mi traje de neopreno y fui hasta la playa. No había nadie. Estuve allí un rato, poniendo mis pensamientos en orden y nadie apareció. Caminé hasta el final de la arena, me arrodillé y recé una oración. Hablé con mi creador sobre lo que había pasado y le pedí que me cuidara.
Justo antes de saltar al agua, escuché una bocina y gritos que venían desde el acantilado. Eran mis amigos, con los que había surfeado desde el instituto. Habían visto mi coche aparcado y se pararon. Me encontraron justo antes de que me metiera al agua y fue como, "¡sí!, genial".
Nadé mar adentro y me tomé un momento para pensar en Mark. Comencé a coger olas y la última la surfeé hasta la laguna. Eso fue para mí cerrar la herida. Aunque sigue siendo una tragedia.
De alguna forma todo cambió. Nadie había muerto por surfear olas grandes y justo cuando llegaron los mejores surfistas de Hawái a California uno muere.
La realidad es que surfear las olas gigantes es peligroso y que puedes morir. Tener tres barcos en el agua, motos de agua, un helicóptero y no llevar un registro de los surfistas que están en el pico... me quedé sorprendido.
Acabé empezando a patrullar las aguas de Mavericks, a entrenar a los surfistas en técnicas de rescate y en reanimación cardiopulmonar. Fue para cubrirnos, para cuidarnos entre nosotros.
La mala fama de Mavericks creo que lo hizo más famosa todavía. Para surfear y sobrevivir a Mavericks tenías que engañar a la muerte. No soy un gran fan de esa notoriedad, y la reputación que Mavericks te podía matar. Estaba más preocupado que seguir vivo y de que mis amigos siguieran vivos.
Han pasado 40 años desde que se surfeé Mavericks por primera vez. Y ver al flujo de personas que surfean sus olas, las carreras que han surgido de sus olas es algo asombroso.
Todavía disfruto entrando allí. Desearía hacerlo sin nadie un par de veces, pero sé que eso no pasará. Pero escojo los días en los que salgo a surfear.
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