Pequeños gazapos surfísticos
El surfing es un deporte sencillo. Tan solo necesitas tu tabla, tu traje, y el mar. Parece entonces imposible que algo pueda fallar en el proceso que va desde tu casa hasta el agua. Error.
Yo soy una persona despistada, todo el mundo que me conoce lo sabe, y a lo largo de los años que llevo surfeando se me han olvidado todas las cosas imprescindibles para surfear. No todas a la vez, claro. Desde los chapines a mediados de marzo, hasta el invento, o la parafina justo después de limpiar la tabla.
Una vez, con las prisas, me cambié a todo correr y cuando pillé la tabla me di cuenta que se me habían olvidado las quillas. No era cuestión de ir con ella en plan alaia así que tuve que volver a casa a por las quillas con el traje puesto para intentar ganar algo de tiempo.
Otra vez me pasé unos cuantos días creyendo que tenía el traje metido en el maletero del coche y cuando por fin llegaron las olas fui a ponérmelo y, sorpresa, no estaba. Y era invierno.
Lo de la toalla tiene delito. Cuantas veces me habré secado con la funda de la tabla, una camiseta, o cualquier cosa absorbente que encontrara en el maletero por muy sucia que estuviera.
Quizá la más sangrante de todas fue cuando después de un buen baño en Sopelana en invierno, cuando podías aparcar abajo, me cambié, cogí el coche, me fui a casa, y cuando llegué, abrí el maletero y me di cuenta que me había olvidado la tabla en el parking. Lamentable. Lo curioso es que cuando volví todavía estaba ahí, esperándome la pobrecita.
Yo soy una persona despistada, todo el mundo que me conoce lo sabe, y a lo largo de los años que llevo surfeando se me han olvidado todas las cosas imprescindibles para surfear. No todas a la vez, claro. Desde los chapines a mediados de marzo, hasta el invento, o la parafina justo después de limpiar la tabla.
Una vez, con las prisas, me cambié a todo correr y cuando pillé la tabla me di cuenta que se me habían olvidado las quillas. No era cuestión de ir con ella en plan alaia así que tuve que volver a casa a por las quillas con el traje puesto para intentar ganar algo de tiempo.
Otra vez me pasé unos cuantos días creyendo que tenía el traje metido en el maletero del coche y cuando por fin llegaron las olas fui a ponérmelo y, sorpresa, no estaba. Y era invierno.
Lo de la toalla tiene delito. Cuantas veces me habré secado con la funda de la tabla, una camiseta, o cualquier cosa absorbente que encontrara en el maletero por muy sucia que estuviera.
Quizá la más sangrante de todas fue cuando después de un buen baño en Sopelana en invierno, cuando podías aparcar abajo, me cambié, cogí el coche, me fui a casa, y cuando llegué, abrí el maletero y me di cuenta que me había olvidado la tabla en el parking. Lamentable. Lo curioso es que cuando volví todavía estaba ahí, esperándome la pobrecita.
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