El saco de los buenos baños
La mayor parte de los baños que nos damos se olvidan tan pronto como salimos del agua. Quizá si hemos conseguido coger alguna ola buena puede que el recuerdo perdure en nuestra retina durante unos días, o incluso una semana, pero más allá solo hay oscuridad.
Pero luego, hay otros, no pasa frecuentemente, que los planetas se alinean, y los santos y las vírgenes interceden por ti, para que te el baño sea épico. Ya sabes, de esos que sales con una sonrisa de oreja a oreja que te dura días, o incluso semanas.
Son esos baños los que se meten en el saco de los recuerdos y ya nunca se pierden. Se sacan cuando no puedes conciliar el sueño, cuando estás en el curro puteado, y piensas: "ojalá estuviera en tal sitio como aquel día que me pegué un bañazo". También se sacan cuando vas de marcha con tus amigos, que aunque no se metieran al agua ese día contigo se saben al dedillo la altura, el periodo, y la forma de las olas, la maniobra que hiciste, la tabla que llevabas, e incluso el color del invento.
Así, a bote pronto, sin pensarlo demasiado, en mi saco de los recuerdos aparece un baño en Sopelana hace ya unos años en el que pillamos las mejores olas que hayan podido romper. Estuvimos solos durante más de dos tres pillando una ola detrás de la otra sin parar hasta que acabamos agotados.
Recuerdo la ocasión en la que llegamos a Santa Teresa desde Playa Hermosa, en Costa Rica, después de un viaje en coche de 12 horas por carreteras olvidadas y llenas de baches. Fue aparcar el coche y salir corriendo por un estrecho pasillo de arena hasta la playa donde nos esperaban derechas perfectas. No tardamos ni 5 minutos en sacar todas las cosas del coche, registrarnos, para ir al agua.
Pero luego, hay otros, no pasa frecuentemente, que los planetas se alinean, y los santos y las vírgenes interceden por ti, para que te el baño sea épico. Ya sabes, de esos que sales con una sonrisa de oreja a oreja que te dura días, o incluso semanas.
Son esos baños los que se meten en el saco de los recuerdos y ya nunca se pierden. Se sacan cuando no puedes conciliar el sueño, cuando estás en el curro puteado, y piensas: "ojalá estuviera en tal sitio como aquel día que me pegué un bañazo". También se sacan cuando vas de marcha con tus amigos, que aunque no se metieran al agua ese día contigo se saben al dedillo la altura, el periodo, y la forma de las olas, la maniobra que hiciste, la tabla que llevabas, e incluso el color del invento.
Así, a bote pronto, sin pensarlo demasiado, en mi saco de los recuerdos aparece un baño en Sopelana hace ya unos años en el que pillamos las mejores olas que hayan podido romper. Estuvimos solos durante más de dos tres pillando una ola detrás de la otra sin parar hasta que acabamos agotados.
Recuerdo la ocasión en la que llegamos a Santa Teresa desde Playa Hermosa, en Costa Rica, después de un viaje en coche de 12 horas por carreteras olvidadas y llenas de baches. Fue aparcar el coche y salir corriendo por un estrecho pasillo de arena hasta la playa donde nos esperaban derechas perfectas. No tardamos ni 5 minutos en sacar todas las cosas del coche, registrarnos, para ir al agua.
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