Historia de nuestras playas: La Salvaje o de Las Gaviotas I

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Comienzo una serie de artículos sobre la historia de las principales playas de Bizkaia, sobre todo de las que frecuentamos para hacer surf. Porque las playas siempre han estado ahí, nunca fueron descubiertas si no olvidadas y recordadas.

A finales del siglo XIX los baños de mar se popularizaron a lo largo de todo el litoral cantábrico. Al principio estos baños eran con fines medicinales pero poco a poco se fueron transformando en algo lúdico y social.

A principios del siglo XX la población de Bilbao y sus alrededores había aumentado significativamente, población que en verano emigraba a las playas más preparadas como las de Ereaga, Las Arenas, Portugalete, o Plentzia. Pero pronto estas playas se quedaron pequeñas para albergar a tanta gente deseosa de agua marina y sol, y se empezaron a buscar nuevos arenales donde ir. Así la gente empezó a acudir a la playa La Salvaje, o de Las Gaviotas, como se la conocía por aquél entonces, una playa sin ningún tipo de instalación, y que tenía en invierno como únicos moradores a dichas aves.

"Benjamin", en un artículo publicado en agosto de 1930 en el periódico "La Tarde", describe perfectamente cómo era la playa en aquellos años.


El verano es un tema y el invierno otro. El calor lo dilata todo y los temas veraniegos son amplios, porque el verano es un bstezo dilatado de la naturaleza.

En el verano se echa uno a soñar con las aventuras nómadas de Salgari, Verne, Cooper, Rodder Haggar, porque es el único tiempo en que se puede salir de casa a fantasear o a pasear por los sitios mas gratos los padecimientos que recetan los médicos durante el invierno.

Cuando la hoya que es Bilbao, encerrada en sus montañas verde oscuras y pardo rojizas, nos expulsa el calor húmero, mis amigos y yo vamos a vivir de sábado a lunes una novela de aventuras con intermitencias semanales. Nos vamos a hacer "camping" a una playa salvaje, que es como jugar a los naúfragos en una isla desierta.

Vamos a sacar, a costa de una pequeña compilación, otro muy distinto sabor que el sabor corriente, de marisco, de las playas. El sabor típico de la playa es la zambullida, la tragada de agua salobre y el secarse luego tiritando al sol. Pero esto está bien para San Sebastián, Deauville o Palm Beach. A la playa nos lleva otro deseo que el de insolar una dolencia o exibir un buen traje de baño.

El vivac, solución del problema del tedio

A la playa nos lleva, a partes iguales, una tendencia higiénica, el empalago de la vida urbana y un deseo pueril de buscar, como en el bosque de "La noche iluminada", emociones que nos resarzan de la monotonía de la vida diaria. Por esto nos pareció poco la jornada que nos jalonaba el sol y tomamos las noches por asalto.

Nos pareció que inventábamos el "camping", costumbre de los pueblos del Norte, para practicar en los pueblos del Sur.

Cuando me incié con mis amigos en esta costumbre de vivaquear, tuve la solución del problema del tedio que se plantea la tarde del sábado y no se resuelve hasta la mañana del lunes, cuando la fo oficina, con su jornada de seis días aburridos, sume en el todo su aburrimiento la partícula del día y medio.

Hacia el mar

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El mar, su brisa y el sol son ya elementos imprescindibles para el bilbaíno que quiere mitigar el calor del verano y rescatar el ánimo a la tristeza del invierno.

Bilbao emprende los domingos, por la mañana, previo el cumplimiento de los deberes religiosos, el éxodo hacia los lugares frescos. Particularmente hacia las playas.

Desde Las Arenas hasta Plencia, por toda la costa se esparcen los bilbaínos en buscar de esas cosas tan preciadas que según nos dicen, tienen el agua y el aire marinos.

Ya las playas "oficiales" y acondicionadas para el cumplimiento de su misión son patentenmente insuficientes para acoger a todos los sedientos de mar, gustadores de la helioterapia y sus escozores.

La playa de Sopelana

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No hace mucho tiempo aún, unos entonces jóvenes animosos "descubrieron", buscando espacios amplios y poco concurridos, la palay de Sopelana. Uno de estos jóvenes fué luego, y sigue siendo, muy conocido por su formidable fortaleza de atleta vasco y por sus hazañas deportivos como medio centreo de nuestro equipo de futbol.

El y sus amigos llevaron a Sopelana la primera tienda de campaña y fueron los primeros en pernoctar en ella. Más tarde, la playa de Sopelana se ha convertido en un tópico.

Ellos no vivaquean hace bastante tiempo. Nosotros hemos empezado hace muy poco.

Elementos del vivac
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El toldo es un elemento imprescindible para dormir en la playa. Casi no hace falta más que eso y sueño. Aunque el sueño, si no se tuviera, vendría solo cabalgando en el ruidoso monótono de las olas.

Dicen que los atletas griegos dormían desnudos a orillas del mar y del los ríos y que al despertar se friccionaban con el rocío que encontarban sobre su cuerpo.

Los atletas griegos eran, en primer lugar, griegos, y luego atletas. De nosotros, que no somos atletas, ni siquiera griegos, no se puede exigir tanto. Si yo me arriesgase a dormir como ellos a la intemperie, me tendrían que friccionar, no con rocío, si no con alcohol alcanforado y sin grandes probabilidades de reanimarme.

Aquellos hombres eran de acero y nosotros apenas si somos de barro cocido.

Con el toldo dispuesto en la forma que aconsejan nuestras observaciones meteorológicas, una cazuela de barro y una linterna eléctrica, se puede pasar muy bien una noche lejos del mundanal ruido y arrullado, como el pirata de Espronceda, por el mar.

La playa "salvaje" o de "las gaviotas"

La playa en que hacemos el "camping" esta, como quien dice, pared por medio con la de Sopelana. Aún no tiene un nombre fijo.

Es una amplia faja de arena orientada al N.O. y encajonada en un acantilado recio, hostil, en el que anidan los cuervos.

En la playa tienen su base aeronaval las gaviotas que prestan su nombre a la playa. De octubre a mayo las gaviotas pueblas aquel lugar. En mayo se marchan, porque empezamos a llegar los hombres, y los hombres somos funesta vecindad para los animales. Precisamente la humanidad tiene una habilidad especial llamada "puntería", que indudablemente adquirió y perfeccionó a fuerza de matar aves.

El arco de la playa termina en dos puntas afiladas y atrevidas que penetran en el mar como dos proas. La una de estratos puestos en pie por algún encogimiento y la otra es de roca joven y recia en la que las olas estrellas su zarpazo inutil despedazándose en mil espumas de rabia.

La punta afilada, la pared que separa a Sopelana, la llamamos "el barco", porque alguna semejanza tiene con el si nos proponemos firmemente hallársela. A la otra punta la llamamos simplemente "las peñas", y entre ambas se encuadra la playa de más trágico prestigio de nuestro litoral.

El prestigio trágico de la playa Salvaje

La playa es suave, lisa, casi horizontal. Con ser vastísima en la marea alta, la baja multiplica notablemente su extensión.

Cuando la ola ha muerto y el agua regrersa a sumirse en sus profundidades, va ganando velociadad y fuerza hasta hacerse incontrarestables por la potencia del hombre.

Los habituales a esta playa de "las gaviotas" hemos visto sumirse en el agua a hombrachones corpulentos, cuya fortaleza fué bien contrastada en una lucha larga y desesperada, en la que sucumbieron sin que fuese posible auxiliarles. Cada vez que esto ocurría, el dragón del miedo guardaba la entrada de la playa durante algunos domingos. Hoy ya se juega tranquilamente con los dragones, y este del miedo ha sido vencido por la necesidad imperiosa que siente las gentes de ver el mar cada semana, sea cerca o lejos de sus residencias habituales, y sin preocuparse gran cosa del peligro.

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