El botón del pánico
Hay situaciones en el mar en el que el instinto de supervivencia prevalece sobre la razón y la lógica. Todo depende de la experiencia y la preparación del individuo en cuestión pero la realidad es que todos y cada uno de los cogemos olas, no hace falta ser tamañero para eso, hemos pulsado alguna vez el botón del pánico.
El mar está potente, las olas son altas y las espumas gordas, al límite de tu nivel. Observas como llega la serie. La corriente te ha metido sin darte cuenta hacia el interior y ves cómo te va a pillar. Remas con todas tus fuerzas para no tener que comer y salvas la primera. El resto de olas de la serie son más grandes así que decides darle a la siguiente aunque vayas un poco justo intentando evitar tener que enfrentarte al resto. Giras un poco para colocarte en un buen ángulo hacia la ola y remas con fuerza, pero estás ya cansado y la ola levanta demasiado rápido. La tabla y tu sois lanzados al vacío de cabeza teniendo el tiempo suficiente para coger aire y cerrar los ojos. Te hundes en el mar mientras la espuma te va dando vueltas.
Esto ya te ha pasado más veces y sabes que no hay que luchar contra miles de litros de agua en movimiento, no eres rival para el mar. Te dejas llevar, tienes aire suficiente y sabes que tarde o temprano te sacará. Empiezas a contar rápidamente: unooooo, doooos, treeees. ¿Solo tres? ¡si ha pasado una eternidad!. Cuatro, cinco, seis. La razón se empieza a nublar, apartándose y dejando sitio a la desesperación. Es ahí, en ese preciso momento, cuando pulsas el botón del pánico.
Nadas buscando la salvación, pataleas con todas tus fuerzas hasta que los gemelos se te suben para encontrar una bocanada de aire fresco. Cada segundo es un minuto y finalmente, cuando crees que ya no puedes más, alcanzas la superficie. Rápidamente vuelves a llenar tus pulmones de aire fresco antes que la siguiente ola te vuelva a hundir. Otra lavadora, otros segundos en el agua y otra vez a pulsar el botón del pánico cuando no puedes más.
Sales otra vez a la superficie pero esta vez te da tiempo a ponerte encima de la tabla mientras jadeas apresuradamente. Sabes que con ella sujeta flotas más. Remas dos brazadas y pinchas sin fuerzas la espuma, pero la ola te da un sopapo y te arrastra. Abrazas la tabla con todas tus fuerzas. Si pudieras clavarías las uñas hasta el foam para que el mar no te la quite. Esta vez sales mucho más rápido a la superficie. El mar te arrastrado unas decenas de metros y estás ya en una zona más tranquila, ya puedes empezar a recuperar tu ritmo respiración mientras el corazón te va a mil. Remas hacia el exterior ahora más tranquilo, el peligro ya ha pasado y llegando al pico te juras a ti mismo que la próxima vez mantendrás la tranquilidad.
El mar está potente, las olas son altas y las espumas gordas, al límite de tu nivel. Observas como llega la serie. La corriente te ha metido sin darte cuenta hacia el interior y ves cómo te va a pillar. Remas con todas tus fuerzas para no tener que comer y salvas la primera. El resto de olas de la serie son más grandes así que decides darle a la siguiente aunque vayas un poco justo intentando evitar tener que enfrentarte al resto. Giras un poco para colocarte en un buen ángulo hacia la ola y remas con fuerza, pero estás ya cansado y la ola levanta demasiado rápido. La tabla y tu sois lanzados al vacío de cabeza teniendo el tiempo suficiente para coger aire y cerrar los ojos. Te hundes en el mar mientras la espuma te va dando vueltas.
Esto ya te ha pasado más veces y sabes que no hay que luchar contra miles de litros de agua en movimiento, no eres rival para el mar. Te dejas llevar, tienes aire suficiente y sabes que tarde o temprano te sacará. Empiezas a contar rápidamente: unooooo, doooos, treeees. ¿Solo tres? ¡si ha pasado una eternidad!. Cuatro, cinco, seis. La razón se empieza a nublar, apartándose y dejando sitio a la desesperación. Es ahí, en ese preciso momento, cuando pulsas el botón del pánico.
Nadas buscando la salvación, pataleas con todas tus fuerzas hasta que los gemelos se te suben para encontrar una bocanada de aire fresco. Cada segundo es un minuto y finalmente, cuando crees que ya no puedes más, alcanzas la superficie. Rápidamente vuelves a llenar tus pulmones de aire fresco antes que la siguiente ola te vuelva a hundir. Otra lavadora, otros segundos en el agua y otra vez a pulsar el botón del pánico cuando no puedes más.
Sales otra vez a la superficie pero esta vez te da tiempo a ponerte encima de la tabla mientras jadeas apresuradamente. Sabes que con ella sujeta flotas más. Remas dos brazadas y pinchas sin fuerzas la espuma, pero la ola te da un sopapo y te arrastra. Abrazas la tabla con todas tus fuerzas. Si pudieras clavarías las uñas hasta el foam para que el mar no te la quite. Esta vez sales mucho más rápido a la superficie. El mar te arrastrado unas decenas de metros y estás ya en una zona más tranquila, ya puedes empezar a recuperar tu ritmo respiración mientras el corazón te va a mil. Remas hacia el exterior ahora más tranquilo, el peligro ya ha pasado y llegando al pico te juras a ti mismo que la próxima vez mantendrás la tranquilidad.
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