Las olas perdidas del Abra: Portugalete y Santurce

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Hace mucho tiempo, antes que la riqueza minera de las tierras que rodean Bilbao obligara a realizar obras para aumentar el calado y así hacer llegar a grandes barcos hasta los cargaderos de mineral, antes que las empresas siderúrgicas se estableciesen en la ría, el Abra era una bahía mucho más abierta al mar, con playas y olas tanto en la margen derecha como en la izquierda.

Fue esta última la que se llevó la peor parte y vio desaparecer todas sus playas y también sus olas, mucho antes de que algún surfista llegara a remarlas. Ahora tan solo quedan unas cuantas fotos de ellas. 

Si os fijáis en la foto de arriba, recuerda ligeramente a la ría de Urdaibai, con La Basílica de Santa María siempre visible. 

Realmente es, era, la desembocadura del nervión antes de que fuese encauzado para mejorar la navegación de los barcos que, río arriba, iban a cargar y descargar sus mercancías. La foto está sacada desde Sestao. 

Si, Sestao tenía playa, aunque no lo creáis. Imagino que durante los grandes maretones las olas se colarían hasta allí rompiendo más mansas y pequeñas.

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La Playa de Portugalete. A la izquierda Peñota y al fondo Santurce. Año 1891.

Portugalete también tenía playa, pequeña pero aristocrática, con balnearios y palacetes arriba. Según las fotos rompía una ola pegando junto al muelle de hierro que se construyó durante el último cuarto de siglo XIX, y otra junto a las rocas, tirando para Santurce.

Otra vista del muelle de hierro y parte de la playa de Portugalete. Último cuarto de siglo XIX.
Otra vista del muelle de hierro y parte de la playa de Portugalete. Último cuarto de siglo XIX.

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Imagen de la desembocadura del Nervión desde Portugalete. Al fondo, la playa de Las Arenas.

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La creación del muelle y su posterior draga dejaron a Portugalete sin playa y sin olas

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Rompeolas de Santurce a finales del siglo XIX.
Rompeolas de Santurce a finales del siglo XIX.

Poca costa quedó en Santurce sin modificar. Fue ahí donde se llevaron los mayores trabajos para la construcción del Puerto de Bilbao.

El rompeolas de Santurce. Año 1926.
El rompeolas de Santurce. Año 1926.

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"Por el contrario, era la crecida de la marea la que permitía que entrasen en la ría unos ocho millones de metros cúbicos de agua (aproximadamente quince veces el aporte fluvial en volumen), haciendo posible la navegación desde Bilbao a El Abra. Sin embargo, esta ingente entrada de agua no era óbice para que la navegación por la ría fuera en extremo peligrosa.

A lo largo de su curso, la ría sufría una serie de estrangulamientos que antiguamente hacían muy difícil la navegación para las naves de mayor calado. La embocadura de la ría era también muy complicada para los pilotos, que debían sortear una barra de arena móvil que se formaba en este lugar: la famosa y temible barra de Portugalete. El reflujo de la marea y la evacuación de las aguas fluviales abrían en esta barra uno o dos surcos que también variaban en su emplazamiento, aunque solían situarse hacia la izquierda de la embocadura. La margen derecha, por el contrario, se veía muy afectada por profundos depósitos de arena en torno a Guecho.

Además, el movimiento de la marea provocaba también la formación de playas en el tramo inferior de la ría, entre la desembocadura del río Galindo y El Abra. La arena acumulada en la playa de Las Arenas era removida por las aguas marinas e introducida en el estuario, quedando depositada en el cauce de la ría y en la playa de Sestao. Con el reflujo de la marea, parte de estas arenas eran removidas de nuevo y llevadas a la barra de Portugalete, la cual se generaba precisamente por este proceso y por la acción de las mareas, que circulaban paralelas a la margen derecha desplazando materiales hacia la embocadura de la ría. Por ello, la barra cerraba la entrada al estuario y únicamente podía atravesarse por los estrechos pasos que formaban las aguas fluviales y el reflujo de la marea. Los materiales que se arrancaban de la barra por este proceso eran nuevamente conducidos a la parte derecha de la embocadura, comenzando otra vez el ciclo descrito. Al mismo tiempo, este movimiento de depósitos actuaba rellenando la parte baja de la ría y encegando el cauce de algunos de sus pequeños afluentes.

En conjunto, la navegación por la ría de Bilbao era una especie de odisea para los pilotos que, entre Bilbao y El Abra, debían sortear toda serie de peligros y dificultades. Ya se ha visto cómo la barra de Portugalete y los arenales de la margen derecha constituían un obstáculo difícil de superar para las embarcaciones, pero en el tramo superior de la ría las dificultades no eran menores.

Una vez superada la barra de Portugalete, las naves debían enfrentarse, en primer lugar, con otro banco de arena y grava (algo así como una barra interior) que dividía el tramo final de la ría en dos brazos durante la bajamar. Uno de los brazos iba por las marismas de Guecho y el otro por las de Sestao.

Tras esta barra aparecía la curva de Axpe, que contaba con un peligroso bajo conocido como «El Fraile», lugar en el que eran muy frecuentes los naufragios y varaduras. Poco después se encontraba la vuelta de Elorrieta, que sólo permitía el paso a las naves de poca eslora, por lo que muchos barcos debían concluir aquí su camino hacía Bilbao.

En Olaveaga (a tres kilómetros de Bilbao) los navegantes se encontraban con un banco de cantos rodados y arenas de más de un kilómetro de extensión. Con mareas bajas de aguas vivas, este banco de piedras y arena, conocido como «Los Churros de Olaveaga» separaba el tramo superior de la ría del inferior con un desnivel cercano al metro, desnivel que se salvaba a través de un rápido de unos cien metros. Con marea alta el nivel del agua sobre «los Churros» oscilaba entre 1,80 y 3 metros. Por tanto, «los Churros» conformaban un gran impedimento para la navegación de las embarcaciones de mayor calado, que en su ascenso a Bilbao debían descargar buena parte de sus mercancías en Olaveaga y distribuirla en gabarras para su traslado hasta la villa. Finalmente, entre Olaveaga y Bilbao se encontraba la última dificultad, pues la profundidad por debajo del nivel de la bajamar equinocial no superaba los dos metros e incluso era inferior en algunos tramos.
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