Historia de nuestras playas: La Salvaje o de Las Gaviotas II
Continuamos con algo de retraso la serie de capítulos dedicados a la historia de nuestras playas, con la segunda parte de la playa Salvaje, o de Las Gaviotas, como era también conocida.
Una vez de “descubierto” el encanto de la playa Salvaje para el vivac, no tardó mucho en popularizarse también para el baño, atrayendo a gente desde el próximo Bilbao.
Fue entonces cuando la tragedia llegó al arenal con una serie de ahogamientos que provocaron que esta playa tuviese fama de peligrosa y no apta para el baño
El 27 de junio de 1924, tres jóvenes de familias muy conocidas de Bilbao perecían en las aguas de la playa Salvaje.
Aurelio y Alfredo García Ibañez, y Angel Guinea López, todos ellos de entre 14 y 17 años, fueron a pasar el día a la playa junto con dos amigos más para celebrar que habían aprobado 5º de Bachillerato. Como pasa muy a menudo, uno de ellos tuvo problemas en el agua y fueron todos a rescatarlo siendo tragados por la resaca sin que sus cuerpos fueran devueltos por el mar hasta una semana después en la punta de Astondo, Gorliz.
Tan solo diez días después el Ayuntamiento de Sopelana emitía un bando “prohibiendo absolutamente todos los baños en dicha playa, bajo la multa de cinco a veinticinco pesetas”.
Fueron pasando los años y la prohibición quedó en desuso pese a algunos ahogamientos ocasionales y la falta de medios para prevenirlos.
Hubo tiras y aflojas entre el ayuntamiento, la Comandancia de Marina sobre qué estamento era el responsable de la seguridad.
Otro periódico de la época decía ya en 1930: “Por consiguiente, estima el comandante de Marina que no es de incumbencia, por lo que se refiere a la playa de las "Gaviotas", de Sopelana, el colocar maromas, flotantes y otras medidas de salvamento para los bañistas, ya que dichas precauciones corresponden al propio Ayuntamiento de Sopelana, sino el prohibir que la gente se bañe hasta tanto que dicho Municipio realice por su cuenta tales mejoras."
En septiembre de 1932 otra tragedia sacudió al arenal, donde dos primas se ahogaron en las traicioneras aguas de Sopelana pese a que algunos bañistas habituales habían previsto una soga y un flotador para el rescate.
Fue entonces cuando salieron ideas como la de hacer una tabla de mareas para que los usuarios pudieran consultar cuándo hay más peligro de bañarse. Esta era la idea de un lector del Noticiero Bilbaino:
"Los momentos más temibles son las horas de cambio de marea alta y baja, siempre acompañadas de olas más fuertes y de gran resaca, sin hablar de la agitación normal del mar con mal tiempo, y este peligro llega a culminar durante los periodos de mayor y menor altura de las mareas, como a fines de julio, mediados y fines de agosto y particularmente con las lunas nueva y llena del mes de septiembre.
Por eso recomiendo la confección cada año, por parte de las autoridades, de pequeños libritos con la especificación de las mareas del año, marcando con rojo fuerte los días de mayor peligro y con rojo menos fuerte los de cuidado, vendiéndolo a bajo precio por vía ambulante en toda las playas.
Para excitar el deseo de adquisición podría completarse dicho libro con una descripción de las diferentes playas y sus peligros particulares, de consejos de las horas cuando se puede bañar (con subida de la marea) y cuándo no (cuando el agua retrocede), del comportamiento de la persona que se encuentra en peligro (guardar calma, no tratar de franquear la zona donde las olas se rompen cuando notan que son nuevamente arrastrados afuera, sino internarse en el mar y esperar tranquilamente la llegada del auxilio), del comportamiento de las personas auxiliantes (calmar a la víctima, formar una cadena, o la forma en que pueden encontrar medios de salvamento para ayuda de la víctima), advertencias de peligro y de decencia, consejos del peligro por parte de los rayos solares, sus remedios, consejos de reanimación de personas asfixiadas, incluyendo algunas amenidades interesantes.
Además, convendría levantar en todas las playas y en sus accesos tablas de advertencias adaptadas a las condiciones de cada playa.”
El verano siguiente, los carteles que prohibían el baño fueron sustituidos por dos agentes de la Guardia Civil que patrullaban la playa para asegurarse que la prohibición se hiciera efectiva.
Luego llegó la Guerra Civil y lo pasase en las playas era ya lo de menos.
Termino esta sección dedicada a la playa Salvaje con un artículo aparecido en 1930 de una de los visitantes habituales y que también fue pionero en socorrer a las personas en peligro en el mar, Benjamin Nuñez.
Miércoles, 6 de agosto de 1930
La vida depara al hombre una larga sucesión de ocasiones para arriesgarla por motivos fundamentales.
En la playa sólo hay una ocasión de esas; cuando un inconciente la arriesga por un vano alarde de destreza y por una absurda pretensión de poder más que las olas.
Cuando alguien, olvidándose del saludable consejo de “no tentarás al Señor, tu Dios”, olvidándose de la fuerza del mar y olvidándose del respeto que se debe a la tranquilidad de los semejantes "sale a pasado”, entonces se presenta el único momento de ser valiente en serio y por una causa fundamental.
En esos momentos suele ser el hombre prudente de suyo el que antes desprecia el peligro sin olvidarlo, que es la forma de ser valiente.
En la playa de Las Gaviotas hemos visto sus habituales escenas patéticas, unas trágicamente acabadas y otras terminadas con bien merced a decretos providenciales.
El último salvamento libró de una muerte inminente a tres muchachos fuertes
y buenos nadadores, los tres extranjeros, que desconocían la playa. Por fortuna hubo mucha gente aquel día y fue posible establecer una cadena humana que alcanzó a los náufragos cuando caminaban su final. Los hombres, fuertemente asidos de las manos, y prolongando la cadena con eslabones de cuerda arrancadas precipitadamente a los toldos, pudieron llegar hasta los extranjeros, mientras las mujeres contemplaban la escena con espanto.
La iniciativa particular y los salvamentos
Aquel mismo día se tuvo la idea de buscar el medio de garantirnos la tranquilidad en la medida de lo posible. Compramos un salvavidas y doscientos metros de cuerda.
Las autoridades no hubieran hecho más en nuestro caso. Ni añadir un metro de cuerda. Se hubieran limitado a poner otro cartel que dijese: “Se prohíbe bañarse en esta playa bajo la multa de equis pesetas”. O acaso se les habría ocurrido prohibir que nadie se ahogase.
Nosotros procuraremos evitarlo, y para ello, aunque, por fortuna, no hemos tenido ocasión de avezarnos en peligros reales, hacemos simulacros de salvamentos.
Mientras un hombre prudente deslía la cuerda en la orilla, otros se colocan, sujetándola, a lo largo de ella y se adentran en el mar, sujetando el salvavidas por sus bridas.
Cuando ya han apresado a la hipótesis de naufrago, desde tierra se devana la cuerda 'y todos quedamos satisfechos de haber podido hacer una obra buena.
El vivac y la meteorología - El "pluviómetro"
El sábado por la tarde la playa de Las Gaviotas nos recibe limpia y sola. Hay algún bañista por la parte del barco", en tanto que las gaviotas juegan a hidroaviones por el lado opuesto. Como la vida al aire libre nos obliga a ser un poco meteorólogos, tenemos que empezar por barruntar el tiempo y establecer el parte meteorológico para toda la noche.
Los iniciados recurrimos a dos procedimientos: la simple observación visual y el “pluviómetro". Son dos métodos fáciles. El primero consiste en mirar al suelo. Si está mojado, es que ha llovido o han regado. Si está seco, es que no llueve todavía.
En cuanto al “pluviómetro", no es menos fácil de entender. Se adelanta una mano vuelta para arriba y en seguida se nota si llueve o no. Pero para pasar bien una noche bajo el toldo es preciso barruntar el tiempo con tino y orientar la lona con acierto.
A veces basta con abrir hacia abajo el ángulo diedro del toldo para pasar una noche sin molestias. Otras veces hay que cerrar tres vientos para que no entre ninguno. Si la noche amenaza lluvia hay que hacerlo escurridizo para el agua, “por si acaso” , y si la luna brilla entera es conveniente poner el toldo bajo y no asomar mucho la cabeza durante la noche, porque la luz blanca que se esparce por la playa, poniendo en las rocas contornos de fantasma y fosforece en la cresta de las olas es fría, rabiosamente fría.
Faenas
La primera es esta de establecer el “parte meteorológico” y armar la tienda como es debido.
Luego nos bañamos, y mientras nos seca el sol, uno recoge el combustible, debidamente depositado por las olas en el límite de la marea alta, otro hace acopio de agua potable y el tercero, el que “suscribe”, prepara el fuego y el condumio.
Se prepara el arroz y se asan los platos de nuestra cena y aún nos queda un momento para dedicarlo a la contemplación del ocaso. El se hunde en el agua como un bañista imprudente y deja flotante la sombra roja de su tragedia diaria.
Cenamos. Reintegramos a las mochilas el sobrante de nuestra cena y quedamos va como colgados del mundo, fuera de él.
Por una parte, la roca hostil que nos separa de tierra; por la otra, el mar que nos arrincona hacia el acantilado. Sobre este resbalan hacia el cielo las intermitencias luminosas del faro de Punta Galea. Muy lejos se ven las luces vagas de Santurce, Ciérvana y Castro.
En nuestra memoria se desdibuja el recuerdo del Arenal, de la Gran Vía y de
la calle del Correo. Pensamos en la gente que a la misma hora queda en Bilbao tragando
polvo, y mientras evocamos las luces de 1a villa, que hemos de volver a ver en seguida, dedicamos un rato a Astronomía. Volvemos a descubrir que la Osa Menor tiene siete estrellas y aguardamos ansiosos el paso fugaz de los meteoritos.
Luego, provistos de la linterna, no» vamos hacia las peñas, en la marea baja, a buscar emociones mínima» y pececillos minúsculos, moluscos y crustáceos.
BENJAMIN NUÑEZ
(Dibujo de Latorre.)
Después de escrito cuanto antecede, leemos en la Prensa matutina la siguiente noticia:
En la Comandancia de Marina se recibió ayer una comunicación del alcalde de Sopelana, quien da cuenta al comandante de haber dado órdenes para que se prohíban los baños en la playa de aquella localidad, llamada más generalmente la playa Salvaje, en vista de la dificultades de lograr medidas que eviten positivamente los peligros que ofrece, pues sus condiciones no parece que hacen viables las garantías de seguridad que podrían fijarse.
La medida adoptada por la autoridad no sólo no nos extraña, sino que la esperábamos. Porque contra la playa Salvaje ha concitado una ruda campaña de descrédito.
No está, sin embargo, suficientemente justificada la medida.
El peligro que se alega, cierto en absoluto, justificaría otras medidas. Por nuestra parte, parece que en este caso se ha errado la puntería. Porque mientras en la playa de Sopelana, no tachada de peligrosa se ha ahogada este año una persona y otra el año pasado, en la Salvaje no ha ocurrido este año el menor incidente el pasado, cuando tres personas estuvieron a punto de ahogarse por su desconocimiento de la playa, sus habituales concurrentes pudieron salvarles.
Esto es lo que procedía: ayudar, desde la primera desgracia o desde el primer atisbo de riesgo, a lo que los particulares hicieron para lograr una seguridad que no existe ni en las playas más tranquilas.
En cambio, se ha seguido el procedimiento curativo de matar el perro para acabar con la rabia, sólo que matando al perro más próximo al rabioso.
Una vez de “descubierto” el encanto de la playa Salvaje para el vivac, no tardó mucho en popularizarse también para el baño, atrayendo a gente desde el próximo Bilbao.
Fue entonces cuando la tragedia llegó al arenal con una serie de ahogamientos que provocaron que esta playa tuviese fama de peligrosa y no apta para el baño
El 27 de junio de 1924, tres jóvenes de familias muy conocidas de Bilbao perecían en las aguas de la playa Salvaje.
Aurelio y Alfredo García Ibañez, y Angel Guinea López, todos ellos de entre 14 y 17 años, fueron a pasar el día a la playa junto con dos amigos más para celebrar que habían aprobado 5º de Bachillerato. Como pasa muy a menudo, uno de ellos tuvo problemas en el agua y fueron todos a rescatarlo siendo tragados por la resaca sin que sus cuerpos fueran devueltos por el mar hasta una semana después en la punta de Astondo, Gorliz.
Tan solo diez días después el Ayuntamiento de Sopelana emitía un bando “prohibiendo absolutamente todos los baños en dicha playa, bajo la multa de cinco a veinticinco pesetas”.
Fueron pasando los años y la prohibición quedó en desuso pese a algunos ahogamientos ocasionales y la falta de medios para prevenirlos.
Hubo tiras y aflojas entre el ayuntamiento, la Comandancia de Marina sobre qué estamento era el responsable de la seguridad.
Otro periódico de la época decía ya en 1930: “Por consiguiente, estima el comandante de Marina que no es de incumbencia, por lo que se refiere a la playa de las "Gaviotas", de Sopelana, el colocar maromas, flotantes y otras medidas de salvamento para los bañistas, ya que dichas precauciones corresponden al propio Ayuntamiento de Sopelana, sino el prohibir que la gente se bañe hasta tanto que dicho Municipio realice por su cuenta tales mejoras."
En septiembre de 1932 otra tragedia sacudió al arenal, donde dos primas se ahogaron en las traicioneras aguas de Sopelana pese a que algunos bañistas habituales habían previsto una soga y un flotador para el rescate.
Fue entonces cuando salieron ideas como la de hacer una tabla de mareas para que los usuarios pudieran consultar cuándo hay más peligro de bañarse. Esta era la idea de un lector del Noticiero Bilbaino:
"Los momentos más temibles son las horas de cambio de marea alta y baja, siempre acompañadas de olas más fuertes y de gran resaca, sin hablar de la agitación normal del mar con mal tiempo, y este peligro llega a culminar durante los periodos de mayor y menor altura de las mareas, como a fines de julio, mediados y fines de agosto y particularmente con las lunas nueva y llena del mes de septiembre.
Por eso recomiendo la confección cada año, por parte de las autoridades, de pequeños libritos con la especificación de las mareas del año, marcando con rojo fuerte los días de mayor peligro y con rojo menos fuerte los de cuidado, vendiéndolo a bajo precio por vía ambulante en toda las playas.
Para excitar el deseo de adquisición podría completarse dicho libro con una descripción de las diferentes playas y sus peligros particulares, de consejos de las horas cuando se puede bañar (con subida de la marea) y cuándo no (cuando el agua retrocede), del comportamiento de la persona que se encuentra en peligro (guardar calma, no tratar de franquear la zona donde las olas se rompen cuando notan que son nuevamente arrastrados afuera, sino internarse en el mar y esperar tranquilamente la llegada del auxilio), del comportamiento de las personas auxiliantes (calmar a la víctima, formar una cadena, o la forma en que pueden encontrar medios de salvamento para ayuda de la víctima), advertencias de peligro y de decencia, consejos del peligro por parte de los rayos solares, sus remedios, consejos de reanimación de personas asfixiadas, incluyendo algunas amenidades interesantes.
Además, convendría levantar en todas las playas y en sus accesos tablas de advertencias adaptadas a las condiciones de cada playa.”
El verano siguiente, los carteles que prohibían el baño fueron sustituidos por dos agentes de la Guardia Civil que patrullaban la playa para asegurarse que la prohibición se hiciera efectiva.
Luego llegó la Guerra Civil y lo pasase en las playas era ya lo de menos.
Termino esta sección dedicada a la playa Salvaje con un artículo aparecido en 1930 de una de los visitantes habituales y que también fue pionero en socorrer a las personas en peligro en el mar, Benjamin Nuñez.
LA TARDE
Miércoles, 6 de agosto de 1930
La vida depara al hombre una larga sucesión de ocasiones para arriesgarla por motivos fundamentales.
En la playa sólo hay una ocasión de esas; cuando un inconciente la arriesga por un vano alarde de destreza y por una absurda pretensión de poder más que las olas.
Cuando alguien, olvidándose del saludable consejo de “no tentarás al Señor, tu Dios”, olvidándose de la fuerza del mar y olvidándose del respeto que se debe a la tranquilidad de los semejantes "sale a pasado”, entonces se presenta el único momento de ser valiente en serio y por una causa fundamental.
En esos momentos suele ser el hombre prudente de suyo el que antes desprecia el peligro sin olvidarlo, que es la forma de ser valiente.
En la playa de Las Gaviotas hemos visto sus habituales escenas patéticas, unas trágicamente acabadas y otras terminadas con bien merced a decretos providenciales.
El último salvamento libró de una muerte inminente a tres muchachos fuertes
y buenos nadadores, los tres extranjeros, que desconocían la playa. Por fortuna hubo mucha gente aquel día y fue posible establecer una cadena humana que alcanzó a los náufragos cuando caminaban su final. Los hombres, fuertemente asidos de las manos, y prolongando la cadena con eslabones de cuerda arrancadas precipitadamente a los toldos, pudieron llegar hasta los extranjeros, mientras las mujeres contemplaban la escena con espanto.
La iniciativa particular y los salvamentos
Aquel mismo día se tuvo la idea de buscar el medio de garantirnos la tranquilidad en la medida de lo posible. Compramos un salvavidas y doscientos metros de cuerda.
Las autoridades no hubieran hecho más en nuestro caso. Ni añadir un metro de cuerda. Se hubieran limitado a poner otro cartel que dijese: “Se prohíbe bañarse en esta playa bajo la multa de equis pesetas”. O acaso se les habría ocurrido prohibir que nadie se ahogase.
Nosotros procuraremos evitarlo, y para ello, aunque, por fortuna, no hemos tenido ocasión de avezarnos en peligros reales, hacemos simulacros de salvamentos.
Mientras un hombre prudente deslía la cuerda en la orilla, otros se colocan, sujetándola, a lo largo de ella y se adentran en el mar, sujetando el salvavidas por sus bridas.
Cuando ya han apresado a la hipótesis de naufrago, desde tierra se devana la cuerda 'y todos quedamos satisfechos de haber podido hacer una obra buena.
El vivac y la meteorología - El "pluviómetro"
El sábado por la tarde la playa de Las Gaviotas nos recibe limpia y sola. Hay algún bañista por la parte del barco", en tanto que las gaviotas juegan a hidroaviones por el lado opuesto. Como la vida al aire libre nos obliga a ser un poco meteorólogos, tenemos que empezar por barruntar el tiempo y establecer el parte meteorológico para toda la noche.
Los iniciados recurrimos a dos procedimientos: la simple observación visual y el “pluviómetro". Son dos métodos fáciles. El primero consiste en mirar al suelo. Si está mojado, es que ha llovido o han regado. Si está seco, es que no llueve todavía.
En cuanto al “pluviómetro", no es menos fácil de entender. Se adelanta una mano vuelta para arriba y en seguida se nota si llueve o no. Pero para pasar bien una noche bajo el toldo es preciso barruntar el tiempo con tino y orientar la lona con acierto.
A veces basta con abrir hacia abajo el ángulo diedro del toldo para pasar una noche sin molestias. Otras veces hay que cerrar tres vientos para que no entre ninguno. Si la noche amenaza lluvia hay que hacerlo escurridizo para el agua, “por si acaso” , y si la luna brilla entera es conveniente poner el toldo bajo y no asomar mucho la cabeza durante la noche, porque la luz blanca que se esparce por la playa, poniendo en las rocas contornos de fantasma y fosforece en la cresta de las olas es fría, rabiosamente fría.
Faenas
La primera es esta de establecer el “parte meteorológico” y armar la tienda como es debido.
Luego nos bañamos, y mientras nos seca el sol, uno recoge el combustible, debidamente depositado por las olas en el límite de la marea alta, otro hace acopio de agua potable y el tercero, el que “suscribe”, prepara el fuego y el condumio.
Se prepara el arroz y se asan los platos de nuestra cena y aún nos queda un momento para dedicarlo a la contemplación del ocaso. El se hunde en el agua como un bañista imprudente y deja flotante la sombra roja de su tragedia diaria.
Cenamos. Reintegramos a las mochilas el sobrante de nuestra cena y quedamos va como colgados del mundo, fuera de él.
Por una parte, la roca hostil que nos separa de tierra; por la otra, el mar que nos arrincona hacia el acantilado. Sobre este resbalan hacia el cielo las intermitencias luminosas del faro de Punta Galea. Muy lejos se ven las luces vagas de Santurce, Ciérvana y Castro.
En nuestra memoria se desdibuja el recuerdo del Arenal, de la Gran Vía y de
la calle del Correo. Pensamos en la gente que a la misma hora queda en Bilbao tragando
polvo, y mientras evocamos las luces de 1a villa, que hemos de volver a ver en seguida, dedicamos un rato a Astronomía. Volvemos a descubrir que la Osa Menor tiene siete estrellas y aguardamos ansiosos el paso fugaz de los meteoritos.
Luego, provistos de la linterna, no» vamos hacia las peñas, en la marea baja, a buscar emociones mínima» y pececillos minúsculos, moluscos y crustáceos.
BENJAMIN NUÑEZ
(Dibujo de Latorre.)
Después de escrito cuanto antecede, leemos en la Prensa matutina la siguiente noticia:
En la Comandancia de Marina se recibió ayer una comunicación del alcalde de Sopelana, quien da cuenta al comandante de haber dado órdenes para que se prohíban los baños en la playa de aquella localidad, llamada más generalmente la playa Salvaje, en vista de la dificultades de lograr medidas que eviten positivamente los peligros que ofrece, pues sus condiciones no parece que hacen viables las garantías de seguridad que podrían fijarse.
La medida adoptada por la autoridad no sólo no nos extraña, sino que la esperábamos. Porque contra la playa Salvaje ha concitado una ruda campaña de descrédito.
No está, sin embargo, suficientemente justificada la medida.
El peligro que se alega, cierto en absoluto, justificaría otras medidas. Por nuestra parte, parece que en este caso se ha errado la puntería. Porque mientras en la playa de Sopelana, no tachada de peligrosa se ha ahogada este año una persona y otra el año pasado, en la Salvaje no ha ocurrido este año el menor incidente el pasado, cuando tres personas estuvieron a punto de ahogarse por su desconocimiento de la playa, sus habituales concurrentes pudieron salvarles.
Esto es lo que procedía: ayudar, desde la primera desgracia o desde el primer atisbo de riesgo, a lo que los particulares hicieron para lograr una seguridad que no existe ni en las playas más tranquilas.
En cambio, se ha seguido el procedimiento curativo de matar el perro para acabar con la rabia, sólo que matando al perro más próximo al rabioso.
No hay comentarios:
Anímate a participar en Surf 30, pero siempre con respeto.
* Los comentarios reflejan solo las opiniones de los lectores.
* No se aceptarán comentarios que puedan ser considerados difamatorios, injuriantes, de mal gusto o contrarios a las leyes.
* No se aceptarán comentarios con contenido racista, sexista, homófobo o que puedan interpretarse como un ataque hacia cualquier colectivo o minoría por su nacionalidad, el sexo, la religión, la edad o cualquier tipo de discapacidad física o mental.
* Los comentarios no podrán incluir amenazas, insultos, ni ataques personales.
Se eliminarán aquellos comentarios que estén claramente fuera del tema de discusión, que sean publicados varias veces de manera repetitiva (spam) o que incluyan enlaces publicitarios.
Si tienes alguna duda, consulta a surf30@gmail.com