El Rápido Número 11: Tubos sin fin
En medio de un país sin costa, Zambia, perdida en el continente africano, rompe en el río Zambeze esta ola que pocos podrían haber soñado.
No ha sido descubierta recientemente. Antes de ser surfeada a mediados de los 90 ya había sido vista por los aficionados al rafting, pero no fue hasta el 2005 que fue conocida al gran público gracias a un artículo de Surfer Magazine en el que contaban la aventura de surfear esta ola.
Aquí os dejo un estracto de este artículo.
"Perdón por la tardanza. Hemos encontrado un cuerpo en el rio y hemos tenido que ir rio abajo a pescarlo".
No era exactamente el tipo de noticias que un surfista espera oir de su guia nada más llegar. Habíamos recorrido la mitad del globo, más de 25 horas de vuelo, para aterrizar en este pequeño y polvoriento aeródromo en Zambia, un país en el la mitad sur de Africa, a más de 1.000 kilómetros de la costa más cercana.
Oimos que Scott Lindgren, en reputado explorador de rios y director de cine, se direigía a un lugar concreto del rio Zambeze, uno de los ríos más poderosos del planeta. Un lugar donde rompe, solo por unas pocas semanas al año, una ola perfecta en medio del río. Una ola estática con un tubo infinito.
Sonaba demasiado bien para ser cierto. Pero cuando Lindgren publicó un vídeo de aquel Rápido Número 11 en toda su gloria, nos convencimos. El truco estaría en pillar el nivel correcto del rio, así que cuando el caudal del Zambeze empezo a crecer cogimos un avión rumbo a Africa.
Como no sabíamos que esperar de esta ola, reclutamos a tres surfistas profesionales capazes de surfear en cualquier ola. A la cabeza estaba Gavin Sutherland, un waterman de Oahu, Bill Bryan, 10 veces campeón del mundo de skimboardy el rey indiscutible del FlowRider, y David Weare, un surfista del WQS de Durban, Sudáfrica. Si la Número 11 era surfeable, estos chicos lo conseguirían.
Lindgren nos acompañó hasta la pequeña y turística ciudad de Livingstone, cercana a las famosas cataratas Victoria, una de las siete maravillas del mundo. Allí fue dónde conocimos a nuestros guías, Steve Fisher y Dale Jardin, un par de kayakistas profesionales de sudáfrica. Steve y Dale, son el equivalente en el mundo del Kayak, a digamos, Laird Hamilton y Mick Fanning. Estos tios son gente dura que ha estado remando por el Zambeze durante más de una década.
....
¿Quíen será el ahogado? Pregunté. Probablemente un contrabandista intentando cruzar el rio, dijo Steve.
Empezamos a cargar nuestras tablas de surf sobre camión de Steve. Mirando desde la barrera, los taxistas locales y trabajadores del aeropuerto nos miraban con escepticismo. No se ven muchos surfistas por esta ciudad.
...
A la mañana siguiente, en vez de llevarnos directamente al Número 11, los kayakers tenían otros planes. Incluían cascos y viejos boogie boards.
Lindgren pensó que sería bueno que los surfistas se acostumbraran al inmenso poder del Zambeze, así que nos llevaron a hacer hidrospeed. Un par de rompientes río abajo nos dispusimos a salir.
"¿Dónde están tus aletas?", me preguntó Steve.
"Nadie nos ha dado".
"Hmmm, Bueno, sin problemas. Probablemente estéis bien." Con esa cuestionable seguridad de Steve, nos ajustamos los chalecos salvavidas, cogió nuestas mojadas bandejas de comida y nos metimos en el agua caliente. A cada lado del río el desfiladero de Batoka se eleva hacia el cielo durante 100 metros. El agua es del color del chocolate, con espuma blanca y rápidos remolinos. Está caliente y húmedo, el spray que produce las cataratas Victoria hace que no tengas ni un solo escalofrío.
A medida que pasamos las primeras olas estáticas de unos dos o tres metros Steve gritó: "¡Mantén tus ojos abiertos y cierra la boca!" Es más fácil decirlo que hacerlo. Básicamente estabamos nadando por uno de los rios más salvajes del mundo. Era mucho más duro que cualquier tormenta en la que hubiera estado. Después de unos cuantos rápidos tuve el tiempo justo para ver a Dave rodande rio abajo hasta un remolino, donde le succionó y desapareció. Luego, cinco, o seís segundos más tarde, volvió a aparecer, con los ojos abiertos como platos.
"¡Por aquí, por aquí!" gritaba Dale desde su kayak. "Seguidme. No querréis pasar por allí." Remamos con todas nuestras fuerzas en la dirección de Dale y una suave lengua de agua nos empujó río abajo apartándonos de una rompiente del tamaño de un Hummer.
Durante las siguientes nueve millas, fuimos navegando al ritmo del rio. Olas grandes. Inmensas corrientes de agua. Unos cuantos remolinos. Unas cuantas olas más. A continuación un estanque de augas tranquilas. Fue entonces cuando empezamos a entender cómo funciona el río, era muy divertido.
Antes de los rápidos más complicados, nos detuvimos para reconocer el terreno. Los Kayakistas nos señalaron las zonas de peligro y, a continuación las líneas más tranquilas para cruzar. El problema es que da lo mismo lo mucho que nades o patalees, el rio te lleva por donde quiere.
...
A media tarde por fin llegamos al Rápido Número 11. El río era tan ancho como un campo de futbol. Después de una zona tranquila, la profundidad del río cae un metro en una plataforma abrupta en el fondo del rio. La corriente, a continuación, golpea una serie de rocas, sin duda colocadas por la mano de Diós, para que la fuerza levante el agua. Al nivel de agua adecuado, el rápido se convierte en un tubo perfecto, una ola estática que nunca termina.
No ha sido descubierta recientemente. Antes de ser surfeada a mediados de los 90 ya había sido vista por los aficionados al rafting, pero no fue hasta el 2005 que fue conocida al gran público gracias a un artículo de Surfer Magazine en el que contaban la aventura de surfear esta ola.
Aquí os dejo un estracto de este artículo.
"Perdón por la tardanza. Hemos encontrado un cuerpo en el rio y hemos tenido que ir rio abajo a pescarlo".
No era exactamente el tipo de noticias que un surfista espera oir de su guia nada más llegar. Habíamos recorrido la mitad del globo, más de 25 horas de vuelo, para aterrizar en este pequeño y polvoriento aeródromo en Zambia, un país en el la mitad sur de Africa, a más de 1.000 kilómetros de la costa más cercana.
Oimos que Scott Lindgren, en reputado explorador de rios y director de cine, se direigía a un lugar concreto del rio Zambeze, uno de los ríos más poderosos del planeta. Un lugar donde rompe, solo por unas pocas semanas al año, una ola perfecta en medio del río. Una ola estática con un tubo infinito.
Sonaba demasiado bien para ser cierto. Pero cuando Lindgren publicó un vídeo de aquel Rápido Número 11 en toda su gloria, nos convencimos. El truco estaría en pillar el nivel correcto del rio, así que cuando el caudal del Zambeze empezo a crecer cogimos un avión rumbo a Africa.
Como no sabíamos que esperar de esta ola, reclutamos a tres surfistas profesionales capazes de surfear en cualquier ola. A la cabeza estaba Gavin Sutherland, un waterman de Oahu, Bill Bryan, 10 veces campeón del mundo de skimboardy el rey indiscutible del FlowRider, y David Weare, un surfista del WQS de Durban, Sudáfrica. Si la Número 11 era surfeable, estos chicos lo conseguirían.
Lindgren nos acompañó hasta la pequeña y turística ciudad de Livingstone, cercana a las famosas cataratas Victoria, una de las siete maravillas del mundo. Allí fue dónde conocimos a nuestros guías, Steve Fisher y Dale Jardin, un par de kayakistas profesionales de sudáfrica. Steve y Dale, son el equivalente en el mundo del Kayak, a digamos, Laird Hamilton y Mick Fanning. Estos tios son gente dura que ha estado remando por el Zambeze durante más de una década.
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¿Quíen será el ahogado? Pregunté. Probablemente un contrabandista intentando cruzar el rio, dijo Steve.
Empezamos a cargar nuestras tablas de surf sobre camión de Steve. Mirando desde la barrera, los taxistas locales y trabajadores del aeropuerto nos miraban con escepticismo. No se ven muchos surfistas por esta ciudad.
...
A la mañana siguiente, en vez de llevarnos directamente al Número 11, los kayakers tenían otros planes. Incluían cascos y viejos boogie boards.
Lindgren pensó que sería bueno que los surfistas se acostumbraran al inmenso poder del Zambeze, así que nos llevaron a hacer hidrospeed. Un par de rompientes río abajo nos dispusimos a salir.
"¿Dónde están tus aletas?", me preguntó Steve.
"Nadie nos ha dado".
"Hmmm, Bueno, sin problemas. Probablemente estéis bien." Con esa cuestionable seguridad de Steve, nos ajustamos los chalecos salvavidas, cogió nuestas mojadas bandejas de comida y nos metimos en el agua caliente. A cada lado del río el desfiladero de Batoka se eleva hacia el cielo durante 100 metros. El agua es del color del chocolate, con espuma blanca y rápidos remolinos. Está caliente y húmedo, el spray que produce las cataratas Victoria hace que no tengas ni un solo escalofrío.
A medida que pasamos las primeras olas estáticas de unos dos o tres metros Steve gritó: "¡Mantén tus ojos abiertos y cierra la boca!" Es más fácil decirlo que hacerlo. Básicamente estabamos nadando por uno de los rios más salvajes del mundo. Era mucho más duro que cualquier tormenta en la que hubiera estado. Después de unos cuantos rápidos tuve el tiempo justo para ver a Dave rodande rio abajo hasta un remolino, donde le succionó y desapareció. Luego, cinco, o seís segundos más tarde, volvió a aparecer, con los ojos abiertos como platos.
"¡Por aquí, por aquí!" gritaba Dale desde su kayak. "Seguidme. No querréis pasar por allí." Remamos con todas nuestras fuerzas en la dirección de Dale y una suave lengua de agua nos empujó río abajo apartándonos de una rompiente del tamaño de un Hummer.
Durante las siguientes nueve millas, fuimos navegando al ritmo del rio. Olas grandes. Inmensas corrientes de agua. Unos cuantos remolinos. Unas cuantas olas más. A continuación un estanque de augas tranquilas. Fue entonces cuando empezamos a entender cómo funciona el río, era muy divertido.
Antes de los rápidos más complicados, nos detuvimos para reconocer el terreno. Los Kayakistas nos señalaron las zonas de peligro y, a continuación las líneas más tranquilas para cruzar. El problema es que da lo mismo lo mucho que nades o patalees, el rio te lleva por donde quiere.
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A media tarde por fin llegamos al Rápido Número 11. El río era tan ancho como un campo de futbol. Después de una zona tranquila, la profundidad del río cae un metro en una plataforma abrupta en el fondo del rio. La corriente, a continuación, golpea una serie de rocas, sin duda colocadas por la mano de Diós, para que la fuerza levante el agua. Al nivel de agua adecuado, el rápido se convierte en un tubo perfecto, una ola estática que nunca termina.
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