Viaje a Costa Rica III: Empieza la aventura
Poco convencidos de los baños en Playa Hermosa decidimos alquilar un coche. Cogimos un taxi en la parada que hay enfrente del Jammin y alquilamos un flamante Daihatsu Terios, el 4x4 más asequible que tenían en Zuma Rent a Car. Después de fundir nuestras tarjetas de crédito, en Costa Rica tienes que dejar una fianza de 1.000 US$, decidimos echar un vistazo a la playa de Jacó.
Pequeño y con pocas posibilidades de surfing, nos volvimos a Playa Hermosa y nos dimos un baño con 1 metrito, como de costumbre, algo cerrón. Después comimos en Jaco, en un bar regentado por "gringos", llamado "Bubba's". Nos lo había recomendado otro huésped de las cabinas, un gringo llamado Aaron que en cada baño en Playa Hermosa salía mareado de los talegazos que se daba, un valiente. Unos tacos de pescado y arroz con frijoles, exquisito, no dieron fuerza para continuar el día...
Ya motorizados no aprovisionamos de algo de comida y agua en el súper y pusimos rumbo a Esterillos Oeste.
¡Qué gran playa! Nos encontramos olas muy largas y maniobrables en media marea, subiendo, con alguna sección semi-tubera y además solos. Una delicia. Eso era a lo que vinimos a Costa Rica, olas largas y solitarias. Después de casi tres horas en el agua llegó la plea y se quedó algo fofa.
Hasta el momento, y después de 4 días, íbamos a una media de 5 horas de surf diarias, pero ningún baño memorable.
Al día siguiente volvimos a madrugar y para las 5:30 ya estábamos en el agua en Esterillos con la plea bajando. Disfrutábamos de las olas solos, olas largas de izquierdas y derechas, pero con poca fuerza y mientras esperábamos la serie nos quedábamos embobados viendo el amanecer hasta que ante nosotros, a unos escasos 3 metros, apareció una tortuga enorme que se nos quedó mirando. Sin embargo, el grito que da mi colega de la emoción, hace que la tortuga vuelva a sumergirse, asomando cada poco, ya más lejos de nosotros. Una hora después la marea se puso ya en el punto malo, por lo que decidimos salir. Lo alucinante es que estamos totalmente solos! Una cosa está clara, la gente ahí no madruga.
A la mañana siguiente decidimos movernos un poco, y ponemos rumbo a Playa Santa Teresa, al extremo suroeste de la Península de Nicoya, lo que conllevó sacar todos los bártulos de la habitación y hacer las maletas. El dueño de las cabinas nos timó 500 colones, menos de 1 euro, pero nos jodió igual que si fueran 1.000. La noche anterior, en la cena en el Jammin, también intentaron timarnos más de 1.000 colones y ya estábamos algo quemados. Nos dimos cuenta de que en Costa Rica hay que estar muy al loro con los cambios.
Después de una hora de viaje desde Jaco, llegamos a Puntarenas. Hasta ahí la carretera es lo más parecido a una regional en España, pero peor señalizada, mejor dicho, no señalizada. Para llegar al ferry de Puntarenas tuvimos que atravesar una calle recta de varios kilometros de longitud, a lo largo de la cual se extendía toda una hilera de casitas más bien cutres. Era como una estrecha lengua de tierra, en la que a un lado estaba el mar y al otro un turbio río. Al final de esta estrecha franja de tierra se encontraba el mini puerto donde estaba el Ferry que nos llevaría a Paquera. Coche y dos personas, unos 5.500 colones (unos 10 euros) para un viaje de más de una hora, nada caro.
Una vez en el ferry, disfrutamos del maravilloso paisaje bajo un sol demoledor y una ligera brisa de mar. La mitad de los pasajeros éramos turistas, aunque no veíamos ninguna otra tabla de surf, buena señal. Parte del viaje lo pasamos conversando con algunos ticos que se interesaron por nosotros. Uno de ellos nos contó que estuvo hace mucho en Cataluña y Zaragoza, pero que a Bilbao no fue porque "allí hay mucho dinero". En fin...
Atracamos en un pequeño embarcadero en bastante mal estado. Es a partir de aquí donde comienza la aventura de cruzar en coche hasta el otro lado de la península.
Emprendemos el camino y cogemos manta y carretera hacia Playa Santa Teresa. La carretera, cada vez en peor estado, iba alcanzando categorías más bajas. De comarcal a camino de cabras. Baches en los que cabe un balón de baloncesto, y tramos con tierra en lugar de asfalto. Veíamos que la gente adelanta por donde le daba la gana. En un momento dado nos adelantaron dos coches a la vez, uno por la derecha y otro por la izquierda.
Ya en Malpais la cosa se puso peor aún si cabe, ya que los 2 o 3 últimos kilómetros transcurrieron por un camino pedregoso y con badenes de hasta 1,5 m de altura. Se trataba de un lugar muy poco acogedor, con casas dispersas a lo largo del camino rodeado por mucha vegetación, calor y polvo.
Tras mucho preguntar llegamos a nuestro refugio, Cabinas Santa Teresa. No es que sean las mejores, pero están a 100 metros de la playa. Por 20 dólares tienes una habitación con cocina y baño y fuera puedes ver la tele o jugar un billar. Nada más dejar los bártulos, y agarrotados del viaje, nos enfundamos el equipo de surfing y nos dirigimos por un angosto camino entre los árboles hasta la playa.
Un magnífico mar consistente y ordenado de más de un metro y con alguna serie de metro y medio, semiglassy y con multitud de picos a lo largo de la kilométrica playa. Una recompensa que nuestros ojos no podían creer. Nerviosos de la emoción, entramos al agua escopeteados y es que solo nos quedaban escasas dos horas para que se fuese la luz. Esas dos horas las aprovechamos bastante bien. Las olas tenían bastante fuerza y aguantaban cualquier giro que hicieses, además había alguna sección algo tubera que tratamos de aprovechar sin éxito. Fue un aperitivo de lo que nos esperaba al día siguiente.
Por la noche repusimos fuerzas con una megapizza y unas cervezas "imperiales" en una pizzeria cercana mientras nos contábamos batallitas del viaje. El viaje había sido duro, pero teníamos la sensación que iba a merecer la pena.
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